Hay dos Santiago Caputo. Uno es simpático, mesurado y accesible. Está casado, tiene 39 años, es obsesivo, fuma mucho y discute poco. Sus amigos lo definen como un “chico Starbucks”: tranquilo, urbano y cosmopolita, con su laptop a cuestas. El otro se mueve en el mundo virtual con agresividad, entre serpientes y pistolas, es asertivo, lanza exabruptos y busca canalizar el enojo ciudadano a favor de su mayor cliente: Javier Milei. Es uno de esos “ingenieros del caos” a los que el sociólogo Giuliano da Empoli dedicó un libro. Ahora, ambos Santiagos ocupan un lugar que jamás imaginaron: son poder.